miércoles, 29 de julio de 2015

Revista de la Peregrinación: Llevar a Jesús, con María. Todos en comunidad

Francisco nos enlaza al comienzo del Capítulo Primero,  con el mandato de ser una Iglesia misionera recordando las palabras del mismo Jesús: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que les he mandado” (Mt. 28, 19-20) (E.G 19).
Recordemos que esta invitación a contagiar su Amor es personal pero ineludiblemente comunitaria. Jesús mismo nos pide que no sea una tarea individual al enviar a los primeros discípulos de dos en dos (Lc. 10, 1). Ser discípulo de Cristo se entiende siendo misionero y teniendo un corazón comunitario arraigado en la Iglesia.
El Papa nos muestra en la Evangelii Gaudium 5 pasos para dicha tarea. Por otro lado debemos y podemos mirar a la Madre de los Misioneros que fue la primera en llevar a Jesús. Sagrario vivo en búsqueda del necesitado,  la primera en peregrinar con Jesús. Ella, dicho con las palabras de Benedicto XVI, es la primera en hacer la “procesión Eucarística”  desde su humilde casa hasta la alejada vivienda de su prima Isabel.
Desandemos su camino: nuestra querida Madre supo siempre del Amor de Dios. Y aceptó con su vida el gesto de ese Amor que salió a su encuentro y la eligió para ser la Madre del Salvador. Nada había hecho para merecerlo, el Señor la “primereó” (EG. 24) y en Ella, a todos nosotros. Y es así que el mismo amor de Dios en su corazón hizo que ella también primereara a su prima Isabel que la necesitaba aunque no se lo hubiera pedido. Atenta a los demás, sale al encuentro. No justifica su comodidad en su reciente embarazo, sino que acude al pedido silencioso como también lo hiciera en Caná.
Esta situación la conmueve y la mueve a la acción, al servicio concreto. Ella se involucra (EG. 24). Acompaña pero no solamente desde su sentimiento; acompaña misericordiosa y solidariamente con todo su ser. Podríamos utilizar en este momento del camino de la Virgen hacia la casa de su prima, un  “achicar las distancias”. Y lo hace con “mucha paciencia”… y “aguante apostólico”. Y es así que toda su tarea fructifica (EG. 24), da frutos, los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad y fidelidad. (Gal. 5, 22). Esa es la señal de que nuestra pronta respuesta camina por las sendas del Amor de Dios, sus frutos, su fecundidad.
Ante semejante acción del Espíritu Santo, que es en quien debemos apoyarnos, no nos queda más que celebrar y festejar (EG. 24). Como lo anticipó Juan Bautista ya en el vientre de Isabel que, apenas oyó el saludo de la Virgen, “saltó de alegría en su seno” (Lc. 1, 41). Festeja desde las entrañas de su madre la alegría del encuentro con Jesús.
Seguramente en el recuerdo de este camino de la Visitación se nos presentan momentos parecidos en los que podemos identificarnos tanto con la Virgen como pudiéramos hacerlo con Isabel, su prima. 
Y nosotros también al recordarlo, rememorarlo, celebrarlo y hacer partícipes a otros, comenzamos a “extender el bien”, recibido y vivido. “No podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch. 4, 20)

Y, como no podemos callarlo es que TODOS con MARÍA, LLEVAMOS A JESÚS  en peregrinación a todos los rincones de nuestra ciudad. Así sea.

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